miércoles, 27 de agosto de 2025

Los dos leones de la iglesia de Santiago de los Caballeros (Zamora)

Extramuros de la ciudad de Zamora, bajo el castillo y entre el Campo de la Verdad y el Arrabal de Olivares, hay una iglesia románica conocida como Santiago de los Caballeros o Santiago el Viejo. Según la tradición —lo que significa que probablemente no es verdad, pero que optamos por creérnoslo— el Cid Campeador fue armado caballero en el altar de dicho templo. No sabemos desde cuando se llama “de los Caballeros”, pero, en todo caso, quizá sí se veló armas en dicha iglesia, además de celebrarse junto a ella duelos, justas y fiestas populares, dado que el espacio abierto que la rodea es propicio para ello y la angosta Zamora medieval no permitía la celebración de este tipo de festejos en el interior de sus murallas.



Se desconocen completamente los detalles de su fundación, aunque está documentada su existencia en 1168, fecha en la que el rey de León era Fernando II y el de Castilla su joven sobrino Alfonso VIII; su construcción debió de realizarse tiempo antes, quizá entre 1126 y 1157, durante el reinado del emperador leonés Alfonso VII —padre y abuelo respectivamente de los monarcas anteriormente mencionados— o incluso mucho antes, quién sabe. Por otro lado, no parece que haya sido nunca una parroquia al uso, sino más bien una iglesia particular, quizá un panteón familiar, dado su pequeño tamaño y angostura, ya que bajo el arco triunfal y delante del altar hay una losa sepulcral en la que se aprecian restos epigráficos que, lamentablemente, ya no se pueden leer.




Lo que me lleva a imaginar que en la campa en la que se sitúa este templo zamorano se celebraban justas y fiestas populares es el capitel historiado de una de las dos pilastras del primer tramo de la nave, la que está en el lado de la epístola. Se trata de una escena en la que un grupo de juglares acróbatas hace una torre humana, con dos hombres sentados que cruzan brazos y piernas mientras otros se apoyan en ellos, a la vez que un hombre lleva a otro encima en equilibrio mientras monta a caballo; en el centro, una mujer forzuda muestra en una mano una bola, quizá esté haciendo juegos malabares, y con la otra sostiene a pulso un niño cabeza abajo.



Completan la abigarrada escena un juglar contorsionista y dos personajes con unos enormes penes que algún cura seccionó en tiempos modernos en pro de la decencia. Este exhibicionismo es lo que ha hecho pensar a algunos que en este capitel repleto de personajes se está desarrollando una orgía, pero no creo que una reunión de este cariz pueda representarse en el interior de ninguna iglesia en ningún momento. Uno de estos dos personajes parece tener el rostro de un mono, un animal que seguramente acompañaba a estas compañías de saltimbanquis y que debía causar enorme sorpresa al público medieval y provocar enormes carcajadas, si este mostraba el pene erecto, cosa que todavía divierte o escandaliza a algunos cuando tal cosa se ve en un zoológico.


Frente al capitel de la escena circense hay otro donde la historia que se nos presenta es la de la caza del oso, una actividad que podían haber llevado a cabo la realeza y los nobles para celebrar algún acontecimiento trascendental para el reino. O quizá el objetivo de esta montería era capturar un oso para luego amaestrarlo y emplearlo en un espectáculo juglaresco. Vemos en este capitel perros mastines que acosan al oso, del que sólo aparece su gran cabeza en el ángulo mordiendo las correas de los cánidos, netamente diferenciadas de la soga que manejan los cazadores; al otro lado, dos hombres que calzan pedules capturan al úrsido; uno de ellos pasa la soga por el cuerpo del animal, sujetando valientemente con las manos enguantadas un cepo que le coloca al cuello, mientras el otro, al lado, montado sobre el oso, enarbola, amenazante, un objeto, quizá una piedra.




Por cierto, el Cantar de Ruodlieb, del siglo XI, nos lega una descripción muy detallada de un espectáculo en el que osos bailan al son de arpas y coros vocálicos. En el libro V, verso 89, se lee que cuando los juglares comienzan a tocar la lira, los osos amaestrados danzan erguidos llevando el ritmo. Luego se unen las cantaderas con sus armoniosas voces tomando de las garras a los osos y danzando juntos para asombro del público que los rodeaba.


¿Qué acontecimiento importante se podía estar celebrando en la primera mitad del siglo XII en Zamora que mereciera una jornada de caza y una fiesta popular que incluyera la actuación de juglares acróbatas y malabaristas? Pues o el nacimiento del heredero Raimundo —bautizado como su abuelo paterno, el de Borgoña­— o la coronación como emperadores en 1135 de sus padres, Alfonso VII de León y Berenguela de Barcelona, episodios ambos que encajan con la posible fecha de tallado de los capiteles de esta iglesia. En todo caso, lo que estoy haciendo es un mero ejercicio de especulación y de entretenimiento tras mi visita a este enigmático templo, para nada creo que yo pueda llegar estar en posesión de la verdad, así que no me hagáis demasiado caso.





Vitrales de la coronación como emperadores del rey Alfonso VII de León y su esposa Berenguela de Barcelona el 26 de mayo de 1135.

De todas formas, si ahora nos fijamos en el arco triunfal en el lado del evangelio, veremos tres capiteles. El primero, de izquierda a derecha, muestra motivos vegetales y el segundo probablemente a Adán y Eva rodeados por la serpiente, que, la verdad, parece que le está metiendo un bocado al falo del primero de los hombres. En el tercer capitel la pareja termina expulsada del paraíso y con hojas de parra cubriendo sus partes pudendas, estando acompañada por unos cuadrúpedos patilargos. ¿Es este un mensaje para a esos caballeros que velaban armas en la iglesia, una advertencia de las consecuencias de ignorar la ley de Dios? Ni idea, pero supongo que la principales lecciones que ofrece el arte medieval al hombre moderno es que no podemos tener respuestas certeras para todo y que imaginarnos cosas es, aunque no lo parezca, un sano ejercicio intelectual.





En el mismo arco y en el lado de la epístola hay otros tres capiteles. El primero muestra de nuevo los cuadrúpedos patilargos, el segundo una mujer mostrando su dilatada vulva acompañada de dos aves afrontadas y el tercero dos leones afrontados que colocan sus zarpas sobre una bola, que, en realidad, si nos fijamos un poco, veremos que es el capullo de una planta que está por florecer, indicando que esos dos félidos todavía son cachorros.


De nuevo se ha considerado como algo erótico y pecaminoso el motivo de la mujer que muestra sus partes, pero yo creo que la interpretación ha de ser positiva, ya que me parece que esta figura representa el enorme prestigio y valor de la maternidad medieval, además no de cualquier maternidad, sino la de la reina, perpetuadora del linaje y engendradora de nuevos monarcas. Si esta interpretación fuera acertada, convendría volver a la historia de la primera mitad del siglo XII en el reino de León, ya que los emperadores Alfonso VII y Berenguela de Barcelona perdieron a su hijo primogénito, Raimundo, cuando este era todavía un niño y poco después del año 1136. En 1133 nació su segundo hijo, Sancho, y en 1137 tuvieron al tercero, Fernando. A Sancho su padre lo iba a convertir en monarca de lo que había sido el condado de Castilla, conformándose así un nuevo reino, y a Fernando, a pesar de ser el menor, le iba a legar el reino cristiano hispánico más antiguo, poderoso e influyente en ese momento, el de León. ¿Es extraño esto último, verdad que sí?



Así las cosas, el capitel de los leones, que, por cierto, presenta una factura claramente mucho más elaborada que el resto, quizá pudiera representar a los dos herederos de Alfonso VII, Fernando II de León y Sancho III de Castilla, los dos hijos a los que otorgó en vida la condición de reyes, tomando así la extraña decisión de dividir su imperio. Dicen que el Emperador hizo tal cosa por razones políticas y administrativas, ya que era difícil gobernar desde León un territorio tan vasto, pero, elucubrando mucho, quizá hubiera otro tipo de razones y estas fueran más bien de carácter emocional. En fin, me voy a arriesgar, ya que, afortunadamente yo no tengo ningún tipo de responsabilidad en el mundo de la Historia y la Historia del Arte. Mirad, ya sé que a unos buenos reyes cristianos del siglo XII no les estaba permitido creer en la transmigración de las almas, pero, cuando el infante mayor Raimundo murió, vivía el segundo hijo, el infante Sancho. Fernando, el tercer hijo, nació en 1137, probablemente cuando el primero ya había fallecido, así que quizá, y sólo quizá, fue considerado como la reencarnación del primogénito fallecido. Esta era una buena razón para que al hijo menor se le concediera el reino de León y al segundo el reino que se iba a inaugurar, el de Castilla. La pregunta que me planteo es si esas aves afrontadas que decoran uno de los capiteles son la representación del alma de Raimundo que transmigra al cuerpo de Fernando.





Imagen que ilustra un documento por el que Alfonso VII reconoce un privilegio a favor de un monasterio. En el centro el abad; a la derecha el emperador Alfonso VII  junto a su mayordomo y tenente de Zamora, Poncio Giraldo de Cabrera; a la izquierda sus hijos Sancho y Fernando con dignidad de rey y cetro similar al que porta su padre. Hispanic Society of America, Nueva York, B.16.

Por otro lado, las piñas que decoran el capitel de los leones lo mismo no son mera decoración, ya que desde antiguo la piña se asociaba a la fertilidad por contener muchas semillas. Es decir, estas piñas, frutos imperecederos, bien pueden ser, al igual que la figura que muestra la vulva, significantes de la fertilidad de la reina y de la descendencia de la pareja real, ya que de ellas pueden nacer nuevas líneas de sucesión. En el siglo XII, en una miniatura conservada en el monasterio de Toxocoutos (Galicia), se representa a Teresa de León entre su hija Urraca Enríquez y su prometido. En dicha ilustración la novia porta el típico cetro rematado en una flor de lis, aunque en esta ocasión se inscribe una piña, el símbolo de la fertilidad y de los hijos e hijas que engendrará. Siglos después, la reina Catalina de Lancaster convertiría la piña, con la misma carga simbólica, en emblema de su reinado, que abunda en el claustro y la iglesia del monasterio de la Soterraña en la localidad segoviana de Santa María la Real de Nieva.





Y para terminar he de advertir que esta idea de los dos leones representando a los dos hijos reyes de Alfonso VII no es algo que yo me haya inventado ahora; de hecho, en las emisiones monetarias del último periodo de la vida del Emperador figuran dos cabezas humanas o dos leones, un motivo que pretendía concienciar a todos sus súbditos de que ambos vástagos gozaban de legitimidad para reinar, uno en León y otro en Castilla, lo que significaba que, tras su muerte, acaecida en 1157, había que asumir la división de su imperio.







Leones afrontados con una planta florida entre ellos, seguramente el emblema propio de la realeza, el lirio, también los encontramos en un capitel de la Catedral vieja de Salamanca y en el sepulcro atribuido a Urraca de Portugal, madre de Alfonso IX de León, en la iglesa zamorana de la Magdalena. A pesar de que el imperio leonés quedó dividido entre el reino de León y el reino de Castilla, parece que se quería subrayar la idea de que tanto el rey de un reino como el del otro descendían del emperador Alfonso VII, lo que aportaba legitimidad a ambos. Al final los dos reinos terminaron teniendo un mismo monarca, Fernando III, proclamado rey de Castilla en 1217 y de León en 1230, algo que jamás hubiera conseguido sin la inestimable ayuda de su madre, Berenguela la Grande, que parece que fue la principal adalid de la creación de un nuevo imperio hispánico, que además le iba a arrebatar al Islam la mayor parte de los territorios de al-Ándalus.



Miguel Ángel Martín Mas

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