lunes, 4 de agosto de 2025

La ermita del castillo y el ave de plumaje negro

Sobre un altozano a las afueras de la población montañesa palentina de Barrio de Santa María se encuentra una ermita bajo la advocación de santa Eulalia, joven emeritense merecedora de un culto nacido en el siglo IV y que se extendió exitosamente por toda la península ibérica. De este modo, el nombre Olalla llegó a ser muy común en el reino de León, a lo que hay que sumar que dicha santa es la patrona de un buen número de poblaciones catalanas, incluida Barcelona. Además, hasta la proclamación de Santiago Apóstol, santa Eulalia fue invocada como protectora de los cruzados hispanos que luchaban contra los andalusíes y como patrona de las Españas. Este último dato nos parece relevante, ya que al mismo tiempo que se remataba la construcción de este templo, se produjo la más trascendental victoria de los cruzados hispanos sobre los musulmanes de Al-Ándalus, la de las Navas de Tolosa, batalla librada el 16 de julio de 1212.



Acuarela de la ermita de Santa Eulalia en Barrio de Santa María por Paqui González del Castillo.


"Saint Eulalia", óleo de John William Waterhouse (1885). Sabemos que santa Eulalia es la patrona de las aves, la pregunta es si ya gozaba de dicha atribución cuando se construyó esta ermita cercana a la población de Aguilar de Campoo.

De hecho, se afirma que este hermoso templo se construyó a caballo entre los siglos XII y XIII, es decir, en un tiempo en el que en Castilla reinaba la pareja formada por Alfonso VIII y Leonor Plantagenet. Esto segundo no se dice tanto, y nos parece fundamental, ya que, a nuestro parecer, las pinturas que decoran el interior de este templo contienen algún que otro elemento iconográfico relacionado con la casa real castellana de esa época.



El más evidente de dichos elementos es el castillo, emblema que adoptó Alfonso VIII como parlante de su reino, queriendo así no ser menos que su primo el rey de León Alfonso IX, que había heredado de sus antecesores el emblema del león púrpura en campo de plata. El castillo pintado en la ermita palentina es de la misma tipología a la que pertenece el pintado en los muros del monasterio de Arlanza alrededor del año 1210, aunque la tosquedad y sencillez propias de las pinturas de Santa Eulalia no dejaron constancia del color oro del castillo sobre campo de gules.



También es muy parecido el castillo de Santa Eulalia al que se puede ver en el sello que sujetan Alfonso VIII y Leonor Plantagenet en la miniatura que decora el folio 15 del Tumbo Menor de Castilla, representando la misma la donación en 1174 del monasterio de Uclés a la Orden de Santiago por parte de dichos monarcas. En ambos casos el castillo está pintado con líneas negras y carece de color.



Este emblema de Alfonso VIII también lo podemos encontrar en algunas de las monedas acuñadas durante su reinado, como, por ejemplo, en este dinero de entre 1174 y 1190.

Por otro lado, el castillo presenta junto a él un ave de plumaje negro, formando así un dueto iconográfico que aparece también representado en la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara de Salamanca, viéndose claramente en este último lugar que el pájaro es una chova piquirroja, emblema heráldico asociado con Tomás de Canterbury, el santo protector de la dinastía Angevina, a la que, ya veis qué casualidad, pertenecía la esposa de Alfonso VIII, la reina Leonor Plantagenet. Por lo tanto, parece claro que en las pinturas de la ermita de Santa Eulalia se quiere representar el poder encarnado por los monarcas Alfonso y Leonor quienes, precisamente, pasaban junto a su familia temporadas dedicadas a la caza y al descanso en el entorno de esta ermita palentina. De hecho, el cercano monasterio de Santa María la Real de Aguilar de Campoo experimentó un importantísimo desarrollo, que llevó a convertirlo en un núcleo cultural, social y económico clave dentro de la Castilla medieval, durante el reinado de dichos monarcas.




Tabicas del arrocabe de la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara en Salamanca en las que creemos que se reprenta a la reina Berenguela la Grande, hija primogénita de Alfonso VIII de Castilla y Leonor Plantagenet, como descendiente de los Borgoña castellanos y los Plantagenet angevinos y como reina madre de Castilla y de León con un cuartelado en sotuer.


Chova piquirroja, un ave de la montaña palentina que, seguramente, Leonor Plantagenet, introductora en estas tierras del culto a santo Tomás de Canterbury por mandato de su padre, no esperaba encontrar en sus visitas estivales a la zona. Desde luego, debió de parecerle una verdadera señal, dadas las historias que circulaban sobre el martirio del arzobispo de Canterbury y sobre cómo unos cuervos se mancharon patas y pico con la sangre milagrosa del santo, convirtiéndose así en chovas piquirrojas. 


Heráldica de la ciudad inglesa de Canterbury, con tres chovas piquirrojas en campo de plata y un jefe de gules que contiene el león de oro del rey Enrique II de Inglaterra, padre de Leonor Plantagenet, reina consorte de Castilla. 


Sello de Leonor de Aquitania, madre de Leonor Plantagenet, obsérvese el ave posada sobre el orbe.


Heráldica atribuida al arzobispo Thomas Becket en la catedral de Canterbury.

El ave de color negro de la ermita palentina no tiene pintado ni el pico ni las patas de color rojo, suponemos que porque el artista, que no parece que fuera de los más duchos, no tenía tampoco tanta ni tan buena información para realizar una obra como la que llevó a cabo el que decoró la techumbre salmantina, que además tiene todas las trazas de haber tenido la más generosa de las financiaciones.

El dúo castillo-chova piquirroja también lo hemos encontrado en el Libro de los Caballeros de Santiago, el armorial ecuestre más antiguo de Europa. Uno de esos caballeros de comienzos del siglo XIV, Johan Pérez de Frías, porta un escudo cuartelado conteniendo ambos emblemas, por lo que suponemos que esta forma de representar a la pareja real debió de ser habitual entre al menos 1170, fecha de su matrimonio, y 1246, fecha de la muerte de su hija Berenguela de Castilla y de León. Seguramente ambos emblemas adornaban más techumbres y paredes del reino, pero solamente nos han llegado tres ejemplos: el de Salamanca, el de Palencia y el de Burgos, aunque éste último ya pertenece a una fase en la que hasta la caballería villana se apropiaba de una heráldica que antaño había sido privativa de la realeza. 



Por si esto fuera poco, un motivo muy repetido en las pinturas de la ermita es una cruz con cuatro flores de lis, una entre cada uno de sus brazos, iconografía también representada en monedas acuñadas por los monarcas de León y luego también por los de Castilla. Precisamente, esta moneda que presentamos a continuación proviene de la ceca de Palencia y pertenece al período en el que reinó Urraca I.



Y, abundando en los elementos representativos de la realeza contenidos en las pinturas de Santa Eulalia, no podemos dejar de hablar de este precioso dragón acompañado de una enorme flor de lis. 



Hay que advertir que el lirio, aunque se suele pensar que es emblema propio de los reyes de Francia, ya aparece en el siglo XII en representaciones de la realeza leonesa como ésta de Urraca de Portugal, madre de Alfonso IX de León, o en uno de los sellos empleados por el mismo monarca. Normal, siendo el lirio en origen emblema de Cristo, el ungido, y siendo los monarcas medievales proclamados tras su unción. 



Además, la reina Leonor Plantagenet, hija de Leonor de Aquitania y, por lo tanto, hermana de Ricardo Corazón de León, vino a Castilla desde la corte de Poitiers, ciudad cuya patrona era y es santa Radegunda, para la que existe una leyenda que cuenta que, empleando una cruz y agua bendita, mató a un dragón que asolaba la abadía de la Sainte-Croix, que ella misma había fundado.


Santa Radegunda lavando los pies a unos pobres. Vidriera de la iglesia de Santa Radegunda en Poitiers, desde cuya corte llegó Leonor Plantagenet para casarse con Alfonso VIII de Castilla. Una de las hijas de la pareja, Blanca, llegó a ser reina de Francia.


Ilustración generada con IA de santa Radegunda, que con la cruz de Cristo, el lirio de los valles, acabó con el temible dragón que devoraba a las monjas de su abadía.


Heráldica de la abadía de la Sainte-Croixe de Poitiers, curiosamente con cuatro flores de lis entre los brazos de la cruz, una fórmula también representada en Santa Eulalia y en monedas de los reyes de León y de Castilla.

Por otro lado, flores de lis representativas de la realeza castellana y leonesa podemos encontrar también en buen número en la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara de Salamanca.



Una vez destacados los que pensamos que son elementos referidos la realeza castellana contenidos en las pinturas de la ermita de Santa Eulalia, no podemos dejar de decir que, aparte de todo lo anterior, el conjunto pictórico medieval es fantástico, así que no podemos dejar de mostrároslo con la interpretación que han ofrecido los historiadores del Arte para las escenas allí representadas…


Los castigos del infierno.


Santa Eulalia y santa Catalina de Alejandría con la rueda del martirio.



San Pedro con las llaves del cielo.







Escenas del pesaje de las almas y su posterior elevación al cielo.


El toro de san Lucas es el único elemento del tetramorfos que se ha conservado.

De entre todas esas escenas queremos destacar ésta, muy deteriorada, pero donde todavía se puede apreciar a un personaje, que parece un clérigo sujetando un libro, rodeado de, al menos, dos personajes que portan espadas. Es imposible saber qué se representa ahí, pero no podemos dejar de decir que dicha escena nos recuerda a la típica representación del martirio de Tomás de Canterbury. Como ya hemos dicho, éste era el santo protector de la dinastía de la que provenía la reina Leonor Plantagenet. Quizá sea sólo nuestra calenturienta imaginación, pero convencidos como estamos de que en la ermita hay elementos que representan a la pareja real castellana, no parece descabellado que se representara dicho martirio junto a la escena del infierno para advertir de lo que le sucedería a aquellos que no respetaran o agredieran a un sacerdote. Quizá el esfuerzo y dinero empleados en la construcción del Románico de la montaña palentina tuviera como objetivo rematar la cristianización de una población que sentía muy lejano el poder religioso y político emanado desde Burgos y que, seguramente, mantenía ciertas costumbre paganas que no eran del gusto ni de los piadosos reyes Alfonso y Leonor, ni mucho menos de su hija Berenguela, habituales visitantes de la zona.




Escena del asesinato del arzobispo de Canterbury Tomás Becket. Iglesia de Santa María de Tarrasa. No parece tan descabellado encontrar similitudes entre ambas escenas, lástima no disponer de una máquina del tiempo.

Y para despedirnos os ofrecemos unas fotografías de los elementos que decoran el exterior de esta ermita, cuya localización y conjunto pictórico la convierten en una de las construcciones más especiales del románico palentino.


El pecado original.


Ángel barbado, hay otro en la cercana iglesia de Revilla de Santullán.


Lucha de bestias. 


Una arpía con barba y la otra sin ella.


Dragones enfrentados, un motivo que también se encuentra, mucho mejor conservado, eso sí, en la iglesia de la población francesa de Talmont-sur-Gironde, bajo la advocación de santa Radegunda, patrona de la patria chica de la reina Leonor Plantagenet. 



Puerta original del templo en madera de tejo.


Capiteles junto a la puerta de la ermita.

Miguel Ángel Martín Mas
Charo García de Arriba

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