Tiene la iglesia de Revilla de Santullán, en la montaña palentina, una portada digna de admirar. Quizá la podáis ver luego con detalle, pero ahora mejor hablamos de la parturienta que ha compartido su esfuerzo y dolor durante siglos desde uno de los canecillos de dicho templo.
Aquí la tenéis, parece que está boca abajo, es por ello que la lectura con moralina de los capillitas de los siglos XIX y XX la convirtió en una madre soltera condenada durante una noche de vino y baile desenfrenado.
De vino, lujuria y baile porque la flanquean un hombre cargando un tonel, una liebre y dos músicos, uno tocando la flauta y el otro la vihuela de arco, uno de los instrumentos preferidos por los juglares medievales.
Mirad, aquí tenéis a dos alegres trovadores representados en las Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio, uno tocando la vihuela de arco y el otro el laúd.
Volviendo al asunto de la parturienta, lo primero que hay que decir es que quizá no esté castigada boca abajo; puede que se la colocara en esa posición para que se viera que se trataba de una mujer dando a luz.
Lo segundo, que no se trata de una mujer soltera, puesto que lleva tocado, algo propio de las casadas en el Medievo. Os enseño otra parturienta, aunque en una posición más natural, en un canecillo de la colegiata de San Pedro de Cervatos (Cantabria).
Teniendo en cuenta, además, que la construcción de muchos de estos templos no la patrocinó la Iglesia, sino una clase nobiliaria para la que el sexo y la perpetuación del linaje adquirían una dimensión que, desde luego, incluía la celebración y gozo.
Y eso es precisamente lo que veo yo en estos canecillos: un festejo por un nacimiento que enriquece la familia y que ha de celebrarse con regocijo, vino y música. Curas y frailes, condenados a tener barraganas e hijos no reconocidos, no podían verlo del mismo modo.
Sí, ya, se dice que la liebre esculpida en iglesias románicas representa la lujuria, dada la fertilidad de dicho animal, pero es que el mayor orgullo de una noble medieval era ser fértil, ya que, de ese modo, engrandecía la estirpe de su esposo.
Aparte está el hecho de que la liebre era uno de los atributos de la diosa griega Hécate, que era, precisamente, la protectora de los partos, y el caso es que esta gente noble de la Edad Media conocía la cultura clásica mucho mejor que el común de los mortales de hoy en día.
Y que en la construcción de esta iglesia estuvo metida gente noble y con posibles queda claro en la portada, donde el artista que la esculpió se autorretrata y, además, deja constancia de su autoría con un MICAELIS ME FECIT.
Esta reivindicación de artista es muy poco común entre los canteros medievales. Probablemente se trate de algo que solamente se atrevía a hacer el mejor de los mejores. Además, el pretencioso Micaelis se coloca junto a los comensales de la última cena.
Otro nombre que aparece grabado en la portada es el de san Bartolomé que, habiendo sido desollado vivo, era el patrón de los curtidores. Fijaos en el cuchillo que le han puesto, atributo de su martirio.
Y mirad cómo representan a dicho santo en las pinturas del Convento de Santa Clara de Salamanca, cargando con su propia piel tras el desollamiento, si es que es fascinante el arte medieval.
Otros elementos que muestra esta hermosa portada son las tres Marías con Cristo abriendo su propio sepulcro cual lata de sardinas…
Sansón matando al león con sus propias manos...
Las arpías, que vemos en tantos capiteles románicos y que son emblemáticas de la techumbre de la iglesia del Convento de Santa Clara de Salamanca…
San Jorge dando lo suyo al dragón...
Y, para finalizar, un caballero con cota y almófar luchando contra una leona, un motivo que también podemos ver en el claustro de la Catedral Vieja de Salamanca.
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