Hoy tenemos a bien contaros unas viejas historietas de una madre y un hijo que correinaron en paz y armonía en un tiempo de guerra, pero también de fundación de universidades...
La reina madre Berenguela, el rey Fernando III y el infante mayor Alfonso en una ilustración realizada por José Luis García Morán para la exposición "Alba Medieval - Una historia de leones y castillos".
Nuestro buen rey Fernando III, hijo de Alfonso IX de León y Berenguela de Castilla, nació muy cerca de la localidad de Peleas de Arriba, concretamente en un monte que se extendía a ambos lados del camino entre Zamora y Salamanca. En aquel tiempo, en los albores del siglo XIII, los monarcas se pasaban la vida recorriendo sus dominios, así que lo del parto del heredero Montesino fue un asunto más que su madre tuvo que atender durante la ruta.
Alfonso X el Sabio nos cuenta en la Cantiga CCXI que, siendo un niño su padre, su madre, la reina Berenguela, lo llevó ante la Virgen del monasterio de San Salvador de Oña para que le curara de la misteriosa enfermedad que estaba apagando su vida. La Virgen burgalesa salvó al pequeño Fernando, menos mal, porque ese crío estaba destinado a ser rey de Castilla y de León y un exitoso cruzado. De hecho, a partir de 1230, una vez proclamado también como monarca leonés, Fernando se vio con fuerzas de lanzar su gran ofensiva contra los moros, a los que arrebató, entre otras muchas ciudades y fortalezas, Córdoba en 1236 y Sevilla en 1248.
Quizá no huelgue decir que la insigne y docta reina madre Berenguela estuvo casi todo el tiempo ahí, gobernando los reinos junto a su hijo Fernando, llegando incluso a organizar la logística de sus campañas contra Al-Ándalus. Lástima que no llegara a ver Sevilla conquistada, ya que la Grande murió en noviembre de 1246, dos años antes del gran triunfo de su hijo.
El enfermizo rey Fernando, que terminó convirtiéndose, como no, en un gran devoto de la Virgen, tenía por costumbre colocar una figura de la misma en la portada de la mezquita principal de las ciudades que conquistaba; pero no era esta la única muestra de su devoción, ya que durante sus exitosas campañas militares cargaba en el arzón de su silla con una imagen de Nuestra Señora que le regaló su primo el rey Luis IX de Francia. No es de extrañar, entonces, que el rey Fernando le estuviera enormemente agradecido a la Virgen, incluso después de dejar este mundo, lo que ocurrió en el año 1252. La Cantiga CCXCII nos habla precisamente de este agradecimiento póstumo...
Érase una vez un rey llamado Alfonso X que mandó construir en la catedral de Sevilla unas suntuosas tumbas con estatuas para sus padres, los monarcas de Castilla y de León Fernando III y Beatriz de Suabia. Además, colocó un anillo de oro adornado con un enorme rubí en un dedo de la estatua de su padre. Una noche, el difunto rey Fernando se le apareció en sueños al maestro Jorge, el orfebre que había forjado el anillo y engarzado la piedra preciosa.
El motivo de dicha visita, en plan Cuento de Navidad de Dickens, fue que el monarca creía que tan preciosa joya debería lucir en el dedo de una figura de la Virgen en vez de en su real mano de alabastro.
El orfebre, seguro de que tenía una importante misión que llevar a cabo, salió en plena noche de su casa para dirigirse a la catedral sevillana, abriéndole las puertas un somnoliento deán que, conmovido con la historia del sueño, hizo lo que se le pidió.
Y lo que se le pidió fue, precisamente, quitarle el anillo a la figura del rey Fernando para ponerlo en la de la Virgen María.
Al día siguiente, el orfebre y el deán informaron al rey Alfonso X y al obispo hispalense del milagro que había sucedido, quedando ambos, monarca y prelado, desbordados de fe y devoción; mirad qué caritas se les quedaron.
Pero el rey Fernando III no sólo estaba muy agradecido a la Virgen, sino también a Salamanca, ciudad que había sido tenencia de su madre entre 1197 y 1204 y de su hijo Alfonso hacia 1240 junto a Ciudad Rodrigo y Alba de Tormes. Esta es la representación heráldica de su proclamación como rey de León en el arrocabe de la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara de Salamanca, en un cenobio damianita de esos que su madre, Berenguela la Grande, promocionó y protegió. Por cierto, los escudos cuartelados de la tabica superior fueron una innovación heráldica surgida en estas tierras para indicar que Fernando, rey de Castilla desde 1217, lo era también de León desde 1230.
Según un documento que se conserva en los Archivos de la Universidad de Salamanca, en el año 1243 el rey Fernando III se empeñó en que hubiera Estudios Generales en nuestra ciudad, confirmando así los fueros y costumbres que diera su padre, Alfonso IX de León. Luego vendría su hijo Alfonso el de las Cantigas, que le daría el impulso definitivo a la Universidad de Salamanca.
Todo esto está muy bien, pero lo que nos causa profunda desazón es que la Historia y la Historia del Arte suelen olvidarse de las mujeres, y quizá convendría tener en cuenta que, cuando se fundó el Estudio de Palencia en 1212 y Fernando III "otorga y manda" en 1243 que lo hubiera en Salamanca, la reina Berenguela era la que realmente manejaba el cotarro cultural en los dos reinos. Quizá, si fuéramos conscientes del indudable papel que tuvo la reina de León y de Castilla en la fundación de estas dos universidades, no serían tan inconcebible para algunos señoros viejunos que la USAL tuviera por fin una rectora.
Lo han vuelto a hacer, lo de las mujeres a la mierda, ya sabéis, pero esta vez en pleno siglo XXI. Le han dedicado un medallón a Alfonso IX en la Plaza Mayor de Salamanca y no se lo han concedido a su esposa Berenguela, que no nos cabe duda que hizo mucho más que él por la ciudad de la que fue tenente. En el pasado ya esculpieron a las reinas propietarias Isabel I y Juana I por detrás de sus consortes, si es que no aprendemos.
Los reyes de León Alfonso X y Berenguela en una ilustración realizada por José Luis García Morán para la exposición "Alba Medieval - Una historia de leones y castillos".
Bueno, de todas formas, lo de relegar al olvido a Berenguela y a otras grandes tales como su nieta la reina María de Molina no nos extraña, es lo que se viene haciendo habitualmente. De hecho, tampoco se relaciona a Berenguela con la construcción de la iglesia de Santo Tomás Canturianse de Salamanca, siendo ella precisamente la introductora del culto a dicho santo inglés en el reino de León y su madre en el de Castilla. Tampoco se la relaciona con la construcción de la Catedral Vieja, que dicen los historiadores del arte que luce bóvedas de estilo Aquitano/Platagenet, siendo ella hija de Leonor Plantagenet y Leonor de Aquitania y coetánea de dicha construcción. Por supuesto, cómo llegar a plantearse que la imagen de nuestra patrona, la Virgen de la Vega, llegó a Salamanca por mediación de ella, ¡qué locura sería esa! Mucho menos vamos a plantearnos que pudiera fundar un monasterio damianita, orden bajo su promoción y protección, además en una ciudad de su tenencia, y a mayores decorar la techumbre de su iglesia con emblemas heráldicos relacionados con ella misma y sus parientes de la realeza castellana, leonesa e inglesa.
Acuarela de la iglesia de Santo Tomás Cantuariense en Salamanca por Paqui González del Castillo.
La Virgen de la Vega, patrona de Salamanca.
En fin, que mientras no nos metamos en la cabeza que las mujeres de la realeza medieval hacian muchas más cosas que bordar y tener hijos, nos perderemos muchas cosas interesantes que han estado sin comprenderse durante muchos años. Y es que, amigos, desgraciadamente, no se estudia lo que no se comprende y no se comprende lo que no se estudia, prejuicios aparte, claro, que esos nunca faltan.
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