En el Museo de Pintura Medieval de Santa Clara, en Salamanca, se puede observar, a la altura de los ojos, gracias a unas pasarelas instaladas con este propósito, una preciosa techumbre decorada con ciento cincuenta emblemas, de los que sesenta son diferentes. Esta joya del arte medieval permaneció oculta hasta el año 1973 entre la bóveda de la iglesia barroca construida por Joaquín de Churriguera sobre el anterior templo, consagrado a mediados del siglo XIII, y el tejado del convento, así que, por lo tanto, han pasado ya cincuenta años de su descubrimiento. Entre las figuras representadas en el arrocabe de la armadura hay leones, castillos, un par de arpías y otro par de dragones, pero sobre todo destacan unas aves con plumaje negro y pico y patas rojas, córvidos que no se pueden ver en los campos de Salamanca y que tampoco se suelen encontrar representados en ningún otro edificio civil o religioso, habiendo sido el biólogo salmantino Raúl de Tapia Martín (Raúl Alcanduerca) el primero que advirtió de su presencia por medio de una entrada en su muro de Facebook, que comenzaba con la pregunta "¿Un ornitólogo en el siglo XIV?".
Chovas piquirrojas pintadas en el arrocabe de la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara.
Así las cosas, la pregunta que surge al ver estas aves allí representadas es: ¿qué hacen unas chovas piquirrojas pintadas sobre el arrocabe de una techumbre medieval localizada en Salamanca? Quizá no se trate de una casualidad que estas aves se encuentren a tiro de piedra de la iglesia románica de santo Tomás Cantuariense, santo inglés antes conocido como Thomas Becket, arzobispo de Canterbury, al que en el siglo XIII se le atribuyó un escudo de armas con campo de plata y tres chovas piquirrojas, blasón que se incorporó en el siglo XIV al escudo de la ciudad de Canterbury y que todavía luce actualmente.
Blasón atribuido al arzobispo Thomas Becket: tres chovas piquirrojas sobre campo de plata.
Y, ¿por qué al arzobispo se le atribuyó un escudo de armas con tres chovas piquirrojas? Una leyenda cuenta que un cuervo entró en la catedral de Canterbury el 29 de diciembre de 1170 y descendió sobre el cuerpo sin vida de Thomas Becket, que acababa de ser asesinado por cuatro caballeros al servicio del rey Enrique II de Inglaterra, que por entonces mantenía una enconada disputa con el prelado por pretender el monarca someter a sus súbditos eclesiásticos al poder civil. Caminando el ave por encima del charco formado por la sangre que brotaba del cadáver, su pico y sus patas se tiñeron de rojo, convirtiéndose así milagrosamente el cuervo en chova piquirroja.
Ilustración del asesinato de Thomas Becket incluida en el manuscrito Cotton MS Claudius, de finales del siglo XII y conservado en la British Library.
Tradicionalmente se cree, y conviene resaltar ese "se cree", que la construcción de la iglesia salmantina de santo Tomás Cantuariense se inició en 1175 y que los gastos de la misma se sufragaron con los fondos aportados por unos hermanos ingleses de nombre Ricardo y Randulfo, que estaban empleados como maestres en la escuela catedralicia de Salamanca; si esto fuera así, este templo sería uno de los primeros que se dedicó al santo inglés de Canterbury, lo que parece bastante improbable.
¿Cómo llegó entonces el culto a un santo inglés y el emblema de la chova piquirroja a la ciudad medieval de Salamanca? Pues el caso es que la noticia de lo ocurrido esa aciaga noche del 29 de diciembre diciembre de 1170 en la catedral de Canterbury se extendió como un incendio por toda Europa y fue recibida con pesar e indignación en todas partes. En un principio, Enrique II de Inglaterra rehusó castigar a los asesinos, lo que despertó las sospechas de todo el mundo respecto a la implicación del monarca en el homicidio, hecho que, a su vez, causó gran consternación al monarca.
El caballero William Tracy lanza el primer mandoble, que produce un corte en el brazo de Edward Grim, el asistente de Thomas Becket. Reginald Fitz Urse, identificado por el oso que exhibe en su escudo, asesta con su espada un golpe mortal sobre la cabeza del arzobispo, arrodillado frente al altar. Ilustración contenida en el manuscrito Harley MS 5102, conservado en la British Libray.
Al poco tiempo de la muerte de Becket se le atribuyeron curaciones milagrosas y su ciudad se llenó de enfermos buscando alivio a sus padecimientos. Al principio se impidió el acceso a la tumba del arzobispo, pero, en 1171, se terminó permitiendo el paso a la cripta ante la desbordante demanda de gentes venidas de todas partes. En reconocimiento por su martirio y milagros el papa Alejandro III canonizó a Becket como santo Tomás de Canterbury en 1173, cuando aún no habían pasado ni tres años desde su asesinato. De este modo la capilla de la catedral de Canterbury que albergaba el sepulcro del malogrado arzobispo se convirtió en el foco más importante de peregrinación durante toda la Edad Media en Inglaterra; todo el mundo quería honrar a aquel santo que obraba milagros y al que se le atribuía haber defendido los derechos de la Iglesia de Cristo frente a la tiranía de la realeza.
Esta obra del artista británico Brian Whelan demuestra que la iconografía moderna sigue asociando a santo Tomás de Canterbury con la chova piquirroja.
El rey Enrique II, probablemente menos arrepentido que desesperado por congraciarse con el papado, se sometió en 1174 a la humillación pública de caminar descalzo por las calles de Canterbury para terminar arrodillándose delante del sepulcro de santo Tomás, al tiempo que reconocía su implicación en el asesinato y se dejaba flagelar por unos monjes armados con ramas. Desde ese día, el monarca inglés adoptó al Cantuariense como protector de su dinastía, creándose así un culto familiar que se promovería allí donde ejerciera el poder un o una Plantagenet. Una de las hijas que tuvo con Leonor de Aquitania, de nombre también Leonor, se casaría en 1170 con el rey de Castilla, Alfonso VIII, siendo la reina castellana la introductora del culto a Becket en los reinos cristianos peninsulares. La hija primogénita de ambos, Berenguela, terminó siendo reina consorte de León y tenente de Salamanca, así que es de suponer que fue ella la que promocionó el culto al santo inglés en los territorios bajo su dominio y de ahí que exista la iglesia de santo Tomás Cantuariense en nuestra ciudad.
Cabeza de una estatua que se cree que representaba a la reina Leonor Plantagenet, la reina de la chova piquirroja, en la catedral de Cuenca, ciudad conquistada por su esposo, Alfonso VIII, en 1177.
Para conocer el porqué de la presencia de este córvido en la techumbre del convento de Santa Clara, podéis visitar el Blog "La chova piquirroja", donde se da cuenta de la investigación que llevamos a cabo en equipo durante el año 2023 los autores de esta entrada.
Charo García de Arriba
Miguel Ángel Martín Mas
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